¡Qué desastre!
(Tras la lectura de un
artículo de costumbres de Mariano José de Larra, donde criticaba la falta de
educación y, para ello, hacía uso de la ironía y de una
acumulación hiperbólica de groserías que actuaban como cristal
de aumento de una realidad que no debe pasar inadvertida y poder ser corregida,
el profesor de Lengua ha invitado al alumnado a escribir un artículo de
costumbres al estilo de Larra. He aquí algún ejemplo)
De comunión de mi prima iba.
La misa fue un auténtico desastre. Parecía que allí había tenido lugar la Tercera Guerra Mundial. Mis abuelos estaban regañando como siempre, a gritos que podían oírse hasta fuera de la iglesia. Mi madre, mientras tanto, estaba acoplando la corbata a mi padre, al tiempo que que el cura estaba consagrando el pan. Por otro lado, mis primos segundos jugaban a un escondite. Mi hermana, jugando con la Nintendo. Y las otras familias nos miraban con malas caras mandándonos callar mientras el cura gritaba silencio. Entre el gentío, los niños de comunión se reían. Las guitarras y los cantantes del coro cesaron de repente. Y nuestra familia seguía y seguía hablando, gritando, jugando entre todo ese bullicio.
Pero eso no fue todo. En el restaurante dimos la nota.
Estamos esperando la comida. Por fin, el camarero entra en la sala y resbala con una servilleta que tira mi primo al suelo. El cacharro de la sopa hirviendo cae sobre los pantalones de mi abuelo. Cuando se entera de que su piel se está quemando, se levanta y grita al camarero. Éste pide disculpas, pero a mi abuelo le gusta regañar, así que le dice que va a hablar con su jefe para que lo despida. Por primera vez, toda nuestra familia se calla de repente, formando un silencio mientras mi abuelo discute con el camarero.
Después de todo aquel estropicio, el caos no cesa. Otro camarero entra en la sala con una jarra de agua con la que va sirviendo a sus clientes. Mi hermana hace aspavientos con la manos, como si estuviera explicando a mi padre cómo lanzar objetos pesados. En una de ésas, da al camarero, que ducha la mesa y los platos. Mi madre grita pidiendo ayuda para secar con pequeñas toallas esa inundación. Va recibiendo las servilletas que poco a poco van calando su tela. Mientras tanto, yo estoy comiendo el trozo de pan que nos dejaron los camareros. Mi primo pequeño me imita, pero tirando grandes migas al suelo.
Lo siguiente no fue gran cosa y, por fin, pudimos disfrutar de una gran velada. Pero el día fue de los más completo.
MARÍA MANZANO
4º B
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