LOS OJOS DE ANA
Tardaba en abrir la puerta. Verificó que el número del departamento fuera el correcto y seguía tardando en abrir.
-- Es como si la hubiesen atrancado".
Estas últimas palabras fueron las primeras que se le pasaron por la cabeza y un chorro de aire frío le entró por la nuca provocándole miedo.
A continuación volvió a intentarlo y no tardó mucho en que la puerta se abriese. Eran las tres de la madrugada y al día siguiente no trabajaba. Los médicos le había dicho que debía quedarse unos días en casa, reposando y alejándose de todo aquello que le pudiese poner nerviosa y perder los papeles. "Mañana será otro día", pensó.
Ya era mediodía cuando al fin sacó un pie de la cama. No se acordaba de nada de lo que había pasado la noche anterior y eso que solo bajó al bar de la esquina a tomar dos copas. Ese mismo día por la noche, se acercaba a su apartamento y fue ahí cuando de repente vio una sombra correr o más bien huir.
Llamó a su hermana Ana, la cual no tardó más de diez minutos en llegar a donde estaba. Silvia le explicó lo sucedido y trató de tranquilizarla. Los vecinos se habían despertado, incluida Sara, la mujer mayor que vivía al lado de Ana.
Parecía estar más tranquila gracias a su hermana. La subió a su casa y la recostó en su cama, hasta que a los pocos minutos cayó rendida.
Cuando Ana salía dirección a su coche, la vecina anciana, que estaba ciega y se ayudaba de un bastón, le preguntó por su hermana.
-- Los médicos dicen que es una enfermedad progresiva, que cada vez verá menos, que es una enfermedad hereditaria y que hay pocas posibilidades de curación.
-- Eso mismo decía yo, querida; pero la vista se te empieza a nublar y te mareas mucho.
Tras escuchar estas palabras, Ana quedó paralizada, el cuerpo se le había bloqueado y el sentimiento de miedo le abrumaba. "Mi hermana se está volviendo loca", fue lo primero que pensó. No se terminaba de creer lo que había pasado esa misma noche.
Ana llegó a su casa y llorando le contó a su marido Juan lo sucedido.
--Tu hermana no puede estar sometida a nervios; le acelerará la ceguera y ya ha perdido un 40% de visión -dijo Juan.
--Tengo que cuidarla. Me tengo que preocupar más de ella.
***
Silvia oyó un ruido. Sentía la presencia de alguien y en verdad había alguien allí con ella, observándola mientras estaba en la cama. Ella sabía que algo raro pasaba en ella y en su entorno. Aquella presencia le había inyectado una sustancia tóxica que afecta principalmente a los ojos. Decidió levantarse y buscó por la casa a aquel ser que la miraba. Bajó al sótano. Allí había un pequeño taburete y una soga colgando de una tubería de metal. Se subió en él y la soga le abrazó el cuello, y dirigiéndose a la presencia le dijo:
-- No me das miedo. ¿Crees que no puedo sentirte, ni olerte?
Él la observaba. Se acercó a ella y, sin que ella quisiese, le pegó una patada al taburete y empezó a hacerle fotos mientras la soga apretaba su cuello.
Al día siguiente, por la mañana, Ana y Juan se acercaron a ver qué tal estaba Silvia. La buscaron por toda las casa y sólo les quedaba buscar en el sótano. Juan bajó el primero y se le quedó una cara tan pálida como la cal. Seguidamente, Ana entró y se echó a llorar. Observaron que se había quedado ciega por completo. Ana quería averiguar los motivos que tenía su hermana para hacer una cosa así.
Decidió preguntarle a Sara, por si había hablado con ella antes. Al llegar a la casa de la anciana, ésta la acogió con mucho cariño y le contó que hacía mucho que su hermana no hablaba con ella. Sabía lo de su enfermedad progresiva y poco más de los últimos meses. De lo que sí estaba segura era de que Silvia no volvía a casa sola, como si alguien la estuviera siguiendo.
Ana se extrañó, porque sabía que su hermana no tenía novio y sus amigos no estaban en la ciudad. Decidida a investigar por qué su hermana había hecho eso, le contó a su marido lo que la anciana le había dicho y éste le planteó una cena romántica esa misma noche en el restaurante italiano. Ella aceptó.
Llegaron al restaurante y Juan se marchó al baño. Un camarero saludó a su mujer.
-- ¿Otra vez por aquí? -le preguntó el chico.
-- Creo que usted se está equivocando. Es la primera vez que vengo con mi marido.
-- Lo siento, la he confundido con una clienta que estuvo hace un par de semanas y es que será coincidencia, pero es igual a usted.
Estas palabras dejaron mosqueada a Ana, la cual le dijo:
-- ¿Se acuerda cómo se llamaba?
-- Se llamaba Silvia, creo recordar, y venía mucho con aquel hombre de raras vestimentas.
-- Mi hermana... -soltó un suspiro, como ahogada-. ¿Y dice que venía con un hombre?
-- Sí, exacto. ¡Dele recuerdos!
-- Mi hermana falleció ayer.
-- Lo siento mucho -dijo con un nudo en la garganta. Y el camarero se fue.
Juan ya había vuelto del baño, pero Ana decidió no contarle nada porque le provocaría nervios hablar de su hermana, y su enfermedad hereditaria iría mas deprisa.
Tenía pensado hacer un trasplante. Una semana después salía del quirófano, salió con una venda y un cuidador que le contrató su marido mientras él trabajaba fuera.
Al principio iban bien las cosas, pero al cabo de unos días, empezó a notar y a sentir un comportamiento extraño en su cuidador Alberto. Ella no salía de casa y su marido tenía mucho trabajo. No se veían apenas. Pero ella sabía que algo pintaba mal en aquel joven.
Era mediodía. Juan salía del trabajo. Un encapuchado lo seguía y lo acorraló en un callejón sin salida. Nunca más volvió Juan a salir de allí con vida. Cuando Anna se enteró, sabía que no era coincidencia que su marido y su hermana hubieran muerto en dos meses.
Cierto día, Ana cumplía los años y Alberto fue a comprar unos preparativos o al menos eso dijo. Ella se quería ver los ojos y aprovechó que éste se había ido. Observó que no había cicatrices de la operación. Comprendió que había sido engañada y que era una trampa estar allí. Se giró y vio colgadas por todo el salón fotos de las que habían sido sus víctimas; entre ellas, la de su hermana y marido.
Al girarse, allí estaba Alberto, que abalanzándose sobre su cuello y mientras le apretaba, le susurraba al oído:
-- Holaaa, aquí estoyyy.
El aire se hizo irrespirable.
Rían Martínez
4ºA
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